La crisis económica y sus causas: hacia un nuevo orden social.
Cuando alguien ajeno al mundo de la economía se plantea el porqué de esta crisis no puede menos que sorprenderse de la diversidad y, sobre todo, la disparidad de las respuestas que se ofrecen. Por el medio también nos encontramos con la simple asunción como una circunstancia que no necesita explicación o con juicios interesados que buscan aprovechar la coyuntura para influenciar a la opinión pública en beneficio propio. Así pues la primera dificultad es abrirse camino entre un mar de “información” que, paradójicamente, nos desinformará y nos conducirá a prolongar nuestros prejuicios o a inducirnos a la abulia y a la desidia. También resulta llamativo que en las respuestas de los que se suponen que son los expertos en el tema, los propios economistas, encontramos juicios y soluciones contrapuestas que, curiosamente, coinciden con el sesgo ideológico al que pertenecen. Algo que parece hacer remitir los análisis económicos al ámbito de los psicológico. Si bien es verdad que toda interpretación de la realidad implica una hermenéutica, no deja de ser extraño que, incluso en las corrientes que estiman que la economía es una ciencia, nos encontremos con resultados tan diversos.
Parece que para entender algo la crisis económica de occidente (y no mundial, por mucho que se quiera transmitir) resulta conveniente adoptar una actitud cartesiana y una prudencia que no nos deje de lado lo más lógico y evidente. Por ejemplo, sabemos de la intensidad y necesidad de las relaciones comerciales entre los distintos países que hay en la actualidad . Algo que hace casi impensable que un país occidental permanezca completamente ajeno e indemne a lo que le sucede al resto. Es por esto que si “la ola” de recesión que genera la crisis es suficientemente intensa- como es el caso de la actual- tiene que salpicar, necesariamente, en mayor o menos medida, a todos los países que se encuentran en este ámbito.
En la doctrina marxista el capitalismo es un sistema intrínsecamente injusto que genera crisis de forma periódica. Simplemente es algo que le resulta inherente. Las resoluciones de estas crisis ya dependen de las circunstancias del momento. Puede ser a base de crear una economía de guerra, como sucedió en la Alemania nazi, o, como es el caso actual, puede ser, por ejemplo, redirigiendo la sociedad hacia un nuevo orden. No hay que olvidar que en los Estados Unidos pre-Reagan o en el Reino Unido pre-Thatcher el “estado del bienestar” era inmensamente mejor para la mayoría de los ciudadanos de lo que terminó siendo una vez pasados estos gobiernos. Es decir, sin necesidad de verse inmerso en una crisis económica, las condiciones sociales pueden involucionar sólo desde el empuje central de la ideología. Marx también describió como una de las principales características del capitalismo la capacidad de ensanchar las diferencias entre clases sociales. Justamente esto es lo que estamos apreciando de forma agudizada en la actualidad. Mientras que las clases medias ven cómo su estatus socio-económico desciende, las clases altas siguen manteniendo o aumentando su riqueza y su capacidad adquisitiva.
En este contexto, y una vez que la calma social se ha visto dañada, observamos una radicalización de las posturas ideológicas. Algo que hace recordar que enfrentamientos tan graves como el sucedido durante la Guerra Civil no resultan excesivamente lejanos y que sus causas ideológicas han permanecido larvadas y listas para aflorar una vez que la nueva situación vuelve a permitirlo. Este enfrentamiento también es una de las causas del retroceso democrático. Es decir, si en un ambiente de bonanza la crispación tiende a disminuir, en una recesión la tendencia es inversa. No es por eso de extrañar que la vinculación entre lo económico y lo democrático sea similar a la descripción hecha del fascismo económico, que necesariamente deriva en el fascismo como es considerado ordinariamente. Es también por esto que la Escuela de Frankfurt no falló al vaticinar que en el futuro fácilmente aparecerían más movimientos totalitarios.
Con la deteriorada situación económica y social, unida a la caída libre que parece estar experimentando, podemos suponer que las expectativas no son buenas. Fundamentalmente porque el daño en lo sistémico ejerce una fuerza decisiva para frenar o suprimir esfuerzos que estuviesen en dirección contraria. Es como si pretendemos construir una zona de recreo en un barrio marginal sin cambiar los factores que fomentan la marginalidad. Fácilmente nuestros esfuerzos serán en vano porque lo realmente necesario es cambiar las condiciones que han generado esa situación. Es pues en lo sistémico donde hay que buscar soluciones.
El capitalismo, que, a través de la historia, tan hábilmente ha sabido adaptarse a tantas circunstancias no parece ahora encontrar el modo de mantener una situación medianamente razonable que le permita sostenerse. Más bien comienza a asemejarse a un virus que, una vez se hubo expandido por completo en su víctima, la mata y con ella también muere él. Como en otras ocasiones he mencionado a las personas no nos importa excesivamente carecer de libertades, lo que no soportamos es vivir sin satisfacciones (sean éstas reales o imaginarias, justas o injustas). Ahora parece que el sistema no consigue dispensar suficiente circo como para evitar la carencia de pan. Lo cual es fatal para él mismo ya que así no consigue evitar su propio desmoronamiento. Quedaría por pensar qué es lo que lo reemplazaría o si éste podría sobrevivir aunque fuese de un modo mermado. En cualquier caso, una vez terminado el desmoronamiento, la situación socioeconómica tendrá que ser forzosamente distinta. Ya no existiría un grupo cercano “relativamente” pequeño de personas que viven en la pobreza absoluta y que el sistema utiliza -entre otras cosas- como aviso de lo que le puede pasar a los miembros del sistema que no se mantengan bajo sus reglas. Vemos como el descenso de la clase media ya está generando una gran masa de pobres y que éstos terminarán por desvirtuar la actual situación de lo que es marginal.
Weber ya supo ver cómo ya en los primeros momentos del capitalismo (y después de que éste aprendiese de sus errores iniciales), ha sido ley. para el trabajo en el que no prime la calidad, que los sueldos deben ser los mínimos y las horas de trabajo las máximas. Axioma que, entre otras cosas, disminuye la movilidad obligando a los trabajadores a permanecer atados a sus puestos de trabajo y a su condición social. Igualmente sabemos que a lo largo de la historia los imperios se han caracterizado por usar esclavos e incluso por necesitarlos para alcanzar sus objetivos. El proceso de descenso de la clase media agudiza lo señalado por Weber para el capitalismo transformando el trabajo en un moderno medio de esclavitud. Después de todo los esclavos han necesitado ser mínimamente mantenidos para que así pudiesen seguir produciendo. Perfil al que se acerca el trabajador medio actual que, viendo reducido su nivel de vida, va trasladándose poco a poco al estatus de esclavo.
Parece que para entender algo la crisis económica de occidente (y no mundial, por mucho que se quiera transmitir) resulta conveniente adoptar una actitud cartesiana y una prudencia que no nos deje de lado lo más lógico y evidente. Por ejemplo, sabemos de la intensidad y necesidad de las relaciones comerciales entre los distintos países que hay en la actualidad . Algo que hace casi impensable que un país occidental permanezca completamente ajeno e indemne a lo que le sucede al resto. Es por esto que si “la ola” de recesión que genera la crisis es suficientemente intensa- como es el caso de la actual- tiene que salpicar, necesariamente, en mayor o menos medida, a todos los países que se encuentran en este ámbito.
En la doctrina marxista el capitalismo es un sistema intrínsecamente injusto que genera crisis de forma periódica. Simplemente es algo que le resulta inherente. Las resoluciones de estas crisis ya dependen de las circunstancias del momento. Puede ser a base de crear una economía de guerra, como sucedió en la Alemania nazi, o, como es el caso actual, puede ser, por ejemplo, redirigiendo la sociedad hacia un nuevo orden. No hay que olvidar que en los Estados Unidos pre-Reagan o en el Reino Unido pre-Thatcher el “estado del bienestar” era inmensamente mejor para la mayoría de los ciudadanos de lo que terminó siendo una vez pasados estos gobiernos. Es decir, sin necesidad de verse inmerso en una crisis económica, las condiciones sociales pueden involucionar sólo desde el empuje central de la ideología. Marx también describió como una de las principales características del capitalismo la capacidad de ensanchar las diferencias entre clases sociales. Justamente esto es lo que estamos apreciando de forma agudizada en la actualidad. Mientras que las clases medias ven cómo su estatus socio-económico desciende, las clases altas siguen manteniendo o aumentando su riqueza y su capacidad adquisitiva.
En este contexto, y una vez que la calma social se ha visto dañada, observamos una radicalización de las posturas ideológicas. Algo que hace recordar que enfrentamientos tan graves como el sucedido durante la Guerra Civil no resultan excesivamente lejanos y que sus causas ideológicas han permanecido larvadas y listas para aflorar una vez que la nueva situación vuelve a permitirlo. Este enfrentamiento también es una de las causas del retroceso democrático. Es decir, si en un ambiente de bonanza la crispación tiende a disminuir, en una recesión la tendencia es inversa. No es por eso de extrañar que la vinculación entre lo económico y lo democrático sea similar a la descripción hecha del fascismo económico, que necesariamente deriva en el fascismo como es considerado ordinariamente. Es también por esto que la Escuela de Frankfurt no falló al vaticinar que en el futuro fácilmente aparecerían más movimientos totalitarios.
Con la deteriorada situación económica y social, unida a la caída libre que parece estar experimentando, podemos suponer que las expectativas no son buenas. Fundamentalmente porque el daño en lo sistémico ejerce una fuerza decisiva para frenar o suprimir esfuerzos que estuviesen en dirección contraria. Es como si pretendemos construir una zona de recreo en un barrio marginal sin cambiar los factores que fomentan la marginalidad. Fácilmente nuestros esfuerzos serán en vano porque lo realmente necesario es cambiar las condiciones que han generado esa situación. Es pues en lo sistémico donde hay que buscar soluciones.
El capitalismo, que, a través de la historia, tan hábilmente ha sabido adaptarse a tantas circunstancias no parece ahora encontrar el modo de mantener una situación medianamente razonable que le permita sostenerse. Más bien comienza a asemejarse a un virus que, una vez se hubo expandido por completo en su víctima, la mata y con ella también muere él. Como en otras ocasiones he mencionado a las personas no nos importa excesivamente carecer de libertades, lo que no soportamos es vivir sin satisfacciones (sean éstas reales o imaginarias, justas o injustas). Ahora parece que el sistema no consigue dispensar suficiente circo como para evitar la carencia de pan. Lo cual es fatal para él mismo ya que así no consigue evitar su propio desmoronamiento. Quedaría por pensar qué es lo que lo reemplazaría o si éste podría sobrevivir aunque fuese de un modo mermado. En cualquier caso, una vez terminado el desmoronamiento, la situación socioeconómica tendrá que ser forzosamente distinta. Ya no existiría un grupo cercano “relativamente” pequeño de personas que viven en la pobreza absoluta y que el sistema utiliza -entre otras cosas- como aviso de lo que le puede pasar a los miembros del sistema que no se mantengan bajo sus reglas. Vemos como el descenso de la clase media ya está generando una gran masa de pobres y que éstos terminarán por desvirtuar la actual situación de lo que es marginal.
Weber ya supo ver cómo ya en los primeros momentos del capitalismo (y después de que éste aprendiese de sus errores iniciales), ha sido ley. para el trabajo en el que no prime la calidad, que los sueldos deben ser los mínimos y las horas de trabajo las máximas. Axioma que, entre otras cosas, disminuye la movilidad obligando a los trabajadores a permanecer atados a sus puestos de trabajo y a su condición social. Igualmente sabemos que a lo largo de la historia los imperios se han caracterizado por usar esclavos e incluso por necesitarlos para alcanzar sus objetivos. El proceso de descenso de la clase media agudiza lo señalado por Weber para el capitalismo transformando el trabajo en un moderno medio de esclavitud. Después de todo los esclavos han necesitado ser mínimamente mantenidos para que así pudiesen seguir produciendo. Perfil al que se acerca el trabajador medio actual que, viendo reducido su nivel de vida, va trasladándose poco a poco al estatus de esclavo.