El premio de la lotería de Navidad no va en el número, va en lo que engaña.

Lotería de NavidadLa lotería de Navidad es un evento que trasciende el mero ámbito lúdico. Si cualquier juego presupone que una serie de individuos serán susceptibles a él debido a que capta algo en el carácter de éstos, en la lotería encontramos además una fuerte vinculación social.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que si este juego está bajo el control del Estado (cosa que sucede en España) es el mismo Estado el responsable de todas las implicaciones que se deriven del propio juego. A primera vista podría pensarse que resulta beneficioso ya que, en principio, nadie está obligado a jugar (y pagar) por participar y, sobre todo, el Estado percibe una fuerte cantidad de ingresos al tiempo que se constituye en motor de un sector económico. Sin embargo las implicaciones van más lejos de la simple apariencia o de lo comúnmente asumido.
En cuanto a juego utiliza varios mecanismos de engaño que no difieren demasiado de otros juegos que se desarrollan en el ámbito privado. En los grandes casinos se le crea al jugador la ilusión de que siempre hay alguien que gana dinero mediante el apiñamiento de docenas de máquinas en las que, al haber mucha gente jugando a la vez, a cada poco alguna es premiada (algo que se procura resaltar de forma especialmente notoria). Para la lotería el mecanismo es la fragmentación de los premios y la difusión en los medios de comunicación. Mediante la fragmentación, reintegro incluido, se consigue que siempre haya alguien cerca al que le haya tocado algo o que a cualquier persona que juegue una cantidad que no sea mínima le toque algún pequeño premio. De esta manera la vinculación entre estímulo y refuerzo se mantiene, incitando al jugador a que siga motivado. Los medios de comunicación también hacen su aportación al difundir y magnificar los premios y a las personas premiadas. Si no se conociesen los resultados del premio, también se perderían los estímulos a él asociados.
No es casual que la lotería de Navidad sea la más destacada de todo el año ya que tiene como peculiaridad el asumir los valores que se asocian a esta época. Es así que la “fraternidad” que se presupone a estas fechas queda también trasladada al ámbito del juego de forma que al entrar en él obtenemos estos valores de idéntica manera a como cuando compramos un coche y, mediante su posesión, conseguimos atributos que van a él asociados (prestigio social, sentido de la aventura, seguridad, etc…) . Es por esto que este tipo de lotería se suele jugar en grupos (compañeros de trabajo, frecuentadores de un bar, familias, etc…) trasladando así al juego los valores humanos que se esperan encontrar en dicha época. Precisamente aquí reside buena parte de su atractivo y, por el mismo motivo, quedarse excluido del juego supone también perderse los valores humanos que van asociados a él. Al mismo tiempo, y debido a que es un juego de masas, el no participar supone otro grado de exclusión social. Es por esto que si todos los compañeros de trabajo de una persona juegan y ésta no lo hace, la presión social que se ejerce sobre ella es fuerte. Algo que se puede multiplicar mediante los celos surgidos ante la posibilidad de que todos los compañeros sean premiados y, si uno ha decidido no jugar, sea el único que no lo sea.
Algo que puede parecer obvio y, en cambio, es especialmente relevante, es que el premio del juego es dinero. Y es relevante por la dimensión que ha conseguido el dinero en la sociedad actual. Mucha gente (por no decir casi toda) desearía ser inmensamente rica para poder dedicarse a una vida ociosa. Algo que delata la situación negativa de la mayoría de las personas respecto a su trabajo. Cuando una persona no está realizada con su trabajo su aspiración será cesar toda actividad, o lo que es lo mismo “no hacer nada”. Por otra parte, al hallarnos en una sociedad que tiene en el dinero su principal (y casi única) referencia, nos encontramos con una nueva glorificación de éste. Vemos como un reducido grupo de personas quedan desbordadas por una emoción que parece ser inmensa y, frecuentemente, declaran haber solucionado todos sus problemas. Algo que, con el ejemplo, torna en ejemplo “educativo” para volver a afianzar al dinero como valor supremo en la vida.
Retomando el comienzo del artículo cabría pensar que si el Estado es el que promueve una actividad en la que los valores humanos quedan sustituidos por la participación en un juego, en la que se presiona de forma anónima a las personas para que participen, o en la se refuerza una actitud materialista, es la mejor. Es cierto que el Estado debe de buscar el poder tener ingresos, pero no (y nunca mejor dicho) a cualquier precio.

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