El curriculum vitae como modelo y el modo de tener o ser

Las personas necesitamos afianzarnos de alguna forma en la vida porque es complicado afrontar un nuevo día sin tener algo bajo nuestros pies que nos respalde. En este sentido el descubrimiento del inconsciente que hizo Freud reveló que lo que muchos de nosotros creemos que somos no corresponde con la realidad. Este fin del mito del hombre como ser racional supuso darnos cuenta de que nuestro verdadero “yo” se encuentra escondido detrás de una maraña de mecanismos que ocultan nuestra verdadera identidad. Lo anterior puede aplicarse a casi cualquier campo en el que discurra lo humano, pero aquí me gustaría referirme a cómo nos vemos a nosotros mismos en el terreno del trabajo.
Es verdad que el anhelo frecuente del ciudadano actual es el de conseguir un trabajo en el que se sienta, al menos, medianamente cómodo y pueda disponer gracias en él de una vida económicamente holgada. Dentro de estos parámetros tenderá a minimizar el tiempo dedicado al trabajo y a maximizar el otro lado de la balanza, el de los ingresos obtenidos. Precisamente esta idea de poder verse liberado completamente de la necesidad de trabajar es una de las señales que indican la falta de identificación de la persona con la actividad que se supone que realiza (lo que estaría representado por el concepto clásico de alienación). Tiene su ideal en llegar a la pereza total debido a la indolencia más absoluta. Es decir, como la persona no se siente identificada vitalmente con lo que hace, y como no ve otro camino por el que poder resolver este conflicto, acaba derivando en el gusto por “no hacer ninguna clase de actividad”. Algo que, muy a menudo, se ve reflejado en el deseo de retirarse a “descansar” indefinidamente en una isla paradisíaca.
Teniendo en cuenta que lo descrito corresponde a la mayor parte de la población occidental, no deja de ser sorprendente el que las personas insistan en referirse a sí mismas por su actividad profesional (él es médico, el otro abogado, el de más allá camarero,….) como algo que los describa y los ubique en el mundo. Este carácter de inadecuación de la persona con su actividad significa también que los papeles pudieron haber sido intercambiables. Por ejemplo, el abogado hubiese sido médico si ello le hubiese reportado más ingresos económicos. Así pues, mostrarse a sí mismo como abogado no supone nada especialmente relevante que vaya más allá de mostrar un estatus socioeconómico.
Este grado de cosificación se hace más sutil cuando hay que describirse dentro de la propia profesión. Entiendo que profesionalmente resulta necesario avalar de alguna forma las propias capacitaciones, pero esta necesidad acaba derivando muchas veces en vicio al trasladarse a otros ámbitos en los que, no sólo no es necesario, sino que incluso puede interferir a la hora de trasmitir una correcta imagen de lo que la persona es en realidad. Por ejemplo, si un individuo se presenta como doctor en filosofía debemos de presumir que, en principio, está más capacitado que un simple licenciado. Pero dentro de la filosofía hay ramas muy distintas y formas de pensar contrapuestas. Con un abanico tan amplio difícilmente sabremos qué es lo que verdaderamente hace “latir” la mente de esa persona a base de una simple descripción jerárquica. Si sabemos el tema de su tesis podremos hacernos una idea de algo de lo que por entonces pudo pasar por su cabeza, pero tampoco tiene por qué ser definitivo. No son inusuales los casos en los que, después de realizada la tesis, la persona toma otros derroteros. Es por esto que presentarse en una situación en la que no es necesaria a uno mismo exclusivamente mediante los títulos obtenidos no supone más que la mencionada cosificación. Es un “yo soy lo que estos papeles dicen que soy”. La persona deja entonces de quedar representada por su “ser” y pasa a hacerlo por su “tener”. Es decir, por los elementos materiales que ha conseguido o lo representan.

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