Algunas implicaciones psicológicas del líder político

Discurso políticoIndependientemente de los intereses declarados (intento de mejorar la gestión en una demarcación) o de los no declarados (intereses materiales particulares, por ejemplo), concurren en el político varios factores de índole psicológica que hacen que le resulte atractivo esforzarse por lograr el cargo al que aspira.
El verse refrendado por un amplio sector de la población supone un reconocimiento a la necesidad de afirmación que cada uno de nosotros tiene en la vida ante nuestros semejantes. En este tema se hace necesario diferenciar dos posibilidades, según el reconocimiento venga de nuestros propios méritos o según provenga de algo completamente ajeno a nosotros. El que la trayectoria del político sea muchas veces efímera es un elemento más que fomenta que el reconocimiento tienda a centrarse desde lo exterior, de forma que en cuanto se pierde la aquiescencia de los demás el político también tiende a perder el valor que se le había conferido. En este plano cabría aludir al concepto que Fromm denominó como “separatidad”, es decir la separación vital que busca superar el ser humano con los demás para aliviar la soledad que es inherente a cada persona, para explicar el fundamento último de tendencia.
El poder que necesariamente conlleva todo cargo político hace fácil que la persona que esté implicada en esta situación se vea seriamente tentada a relacionarse con los demás bajo una relación de poder-sumisión. Es decir, el reconocimiento externo coloca al político en una situación de aparente autoridad moral mediante la que se siente especialmente legitimado para tomar decisiones sin que tenga necesidad de estar especialmente cualificado para ello. Consiguientemente es fácil que la autoridad moral conferida se desplace hacia el autoritarismo, de forma que el criterio último para la actuación sea ejercer el poder simplemente porque se está legitimado.
Ignacio Mendiola, en “Elogio de la mentira”, describía la mentira como la forma que tiene el mentiroso de crear una nueva realidad a gusto propio. En este sentido se podría decir que el político se ve en la posición de hacerse igualmente un dios al verse capaz de conformar lo externo a él a su propio gusto. Una forma de rebajar la necesidad que tiene toda persona de “presionar” la realidad para poder modificarla (Schopenhauer).
Así pues tenemos que el político se ve en la situación de autoafirmarse y de identificar al mundo consigo mismo. Es decir, lo que podría ser el objetivo de la vida de cualquier persona. Uno de los hilos comunes que vertebran esta relación con los demás es la lucha por unos ideales. El político intenta siempre espolear su causa buscando hacerla ver como justa y desde ahí persigue la afinidad de sus seguidores. En este punto hay que recordar que apelar a los valores de unión (o incluso de sacrifico) por una causa común es uno de los elementos más motivadores para el ser humano. Así sucedió, por ejemplo, cuando Churchill pidió un esfuerzo suplementario a sus conciudadanos para sobrellevar las consecuencias de la guerra. La población no sólo renunció a las aspiraciones egoístas particulares, sino que se sacrificó desinteresadamente por el bien común. Algo que recuerda la necesidad que tenemos todas las personas de creer en alguna clase de ideales.

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