Las acampadas y la democracia real en el "Toma la plaza" del 15m: una interpretación simbólica.

Huerto en la acampada de SolLas manifestaciones convocadas en España el quince de Mayo sirvieron para aglutinar y exorcizar una insatisfacción social que se vivía de forma inconexa y larvada. El elevado número de ejemplares que se había vendido de “Indignaos”, el pequeño libro de Hessel, ya era un indicio de ello. Si las ideas de Lutero propiciaron una revolución social fue porque existía un amplio descontento de la población con respecto a los posicionamientos de la Iglesia católica, de manera similar las exigencias para una democracia real se nutren nuevamente de la insatisfacción popular. Por tanto se hace necesario examinar en qué consiste esta insatisfacción para comprender las verdaderas demandas del movimiento.
Uno de los detalles que resultan más llamativos de las protestas es el modo en que se hacen. Es decir, a diferencia de lo que sucede con otra clase de reivindicaciones, no nos encontramos con personas dispuestas a martirizarse por una causa (por ejemplo, con huelgas de hambre). Por el contrario, vemos como las multitudes se vuelcan a las calles con el simple y claro objetivo de vivir. Las acampadas son realmente manifestaciones de personas insatisfechas que buscan volver a sentirse vivas y que celebran la vida. Esta característica es decisiva para que personas de distintas ideologías y condiciones se sientan con disposición a unirse o a vincularse entre ellas en alguna medida. Si nos fijamos detenidamente, veremos cómo desde el primer momento se han organizado actos, se han dado charlas, se ha promovido la generosidad desinteresada, incluso se han llegado a plantar huertos, que claramente simbolizan esta necesidad de que lo vivo crezca. Así pues, y sin querer negar las penurias económicas, la forma en que se hacen las manifestaciones delata el verdadero problema latente. Personas a las que ya no les resultaba suficiente vivir en la forma en que lo hacían, bajo un modo de vida deshumanizado que está promovido por una sociedad igualmente deshumanizada. Necesariamente la carencia de recursos económicos impide las posibilidades de evasión y agudiza el problema.
Hay que tener en cuenta que a las personas no nos preocupa demasiado vivir manipuladas mientras podamos hacerlo de forma satisfactoria. Se podría decir que el lema “pan y circo” es tan vigente en la actualidad como lo fue cuando lo formularon los antiguos romanos. Es por esto que, en realidad, no nos rebelamos ante la manipulación, lo hacemos ante la insuficiencia de este “pan y el circo” que se nos suministra. Esta insatisfacción se enuncia en la demanda de una democracia no manipulada pero, como se ha dicho anteriormente, el origen de las frustraciones proviene más de la falta de una vida digna que de la necesidad de un sistema completamente sincero.
La “acampada”, como manifestación particular, también resulta significativa. El lema popular invocado de “toma la plaza” reivindica, no sólo la necesidad de hacerse notar, sino también la de devolver lo público a manos de todos. En este sentido, el que instantáneamente se hayan formado asambleas en su interior supone una derivación casi necesaria. Si la toma física supone la conquista material, el modo asambleario significa la toma y la legitimación intelectual. Este sistema recuerda mucho al propuesto en “La pedagogía del oprimido” por Paulo Freire. De igual manera Freire proporciona un itinerario para que el poder sea devuelto al pueblo mediante reuniones dialógicas de carácter asambleario que, funcionando al modo de células, puedan autovalidarse y, posteriormente, consigan interrelacionarse entre sí. Al mismo tiempo las acampadas suponen un avance desesperado hacia lo desconocido. Es decir, las personas se lanzaron a ellas sin una declarada finalidad determinada en el tiempo, pero, incluso así, el movimiento se niega a morir después de que haber traspasado el margen de las recientes elecciones. Una situación similar a la que existe en los países en vías de desarrollo, donde es más fácil encontrar la esperanza en el que no tiene posesiones, que el miedo a perder lo que ya se tiene, que es tan típico de las opulentas sociedades occidentales. Las personas, representando fielmente su denominación de “indignados”, todavía se resisten a volver a su anterior situación en el conformismo y el anonimato. De igual forma, Isaak, el protagonista de la novela de Knut Hamsun “Bendición de la tierra”, comienza su propia historia cuando decide internarse en lo desconocido para crear algo digno, apartado de la alienación intrínseca a la civilización. De hecho el hogar creado por Isaak guarda bastante similitud con la pequeña ciudad formada en la acampada que está en el centro simbólico del “imperio” español, la Puerta del Sol en Madrid.

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